En nuestra segunda visita a la encantadora ciudad de Ávila, nos dirigimos primeramente a conocer el REAL MONASTERIO DE SANTO TOMÁS (enlace a nuestra publicación).
Extramuros y un poco alejado del centro, pero ineludible, pues ha sido expresamente declarado en 1985 Patrimonio de la Humanidad como elemento individual, integrante del conjunto Ciudad vieja de Ávila e iglesias extramuros.
Fundado por el tesorero de los Reyes Católicos, el monasterio mezcla la espiritualidad más
profunda con el boato de la corte. En el interior de su monumental iglesia guarda
una auténtica joya del Renacimiento: el maravilloso sarcófago esculpido en
mármol de Carrara del heredero de la corona, el príncipe don Juan, hijo de Isabel y Fernando.
Entre sus capillas, brilla con luz propia la del Cristo de las Angustias
o de la Agonía, obra del genial Gil de Siloé. Allí se conserva el confesionario de Santa Teresa, ese rincón donde la santa conversaba con su
conciencia y con el padre Ibáñez (que, por cierto, tuvo mano para convencer al
Obispo y al Provincial de los Carmelitas de dejarla fundar la Orden de los
Carmelitas Descalzos).
Otro elemento destacable de la iglesia es su Coro, desde donde el
canto de los frailes debía de sonar como un eco celestial y al que se accede
subiendo por unas hermosas escaleras de granito del siglo XV, desde el Claustro
del Silencio.
Del monasterio son de acentuar sus tres claustros (del Noviciado,
del Silencio y de los Reyes) un ejemplo de perfección gótica y auténticos refugios de calma y belleza.
Este último, era la zona destinada a palacio de verano de los Reyes
Católicos. En la panda norte, destacan varias estancias enfiladas entre sí,
siendo dedicadas actualmente al Museo de Arte Oriental, inaugurado en 1964 gracias al Padre Isaac Lequete.
Y en el piso superior se encuentra el llamado “Salón del Trono”, coronado
por un artesonado de madera espectacular, lleno de escudos y símbolos
heráldicos que parecen competir entre sí por llamar la atención.
En el ala sur, las antiguas aulas de la desaparecida Universidad de
Santo Tomás de Ávila recuerdan tiempos de sabiduría y debate. Por allí pasó
el mismísimo Gaspar Melchor
de Jovellanos, así que
cuidado: si te sientas un rato, puede que te inspire una repentina pasión por
la filosofía ilustrada. Por eso también se conoce como el Claustro de la
Universidad.
Y, como guinda del pastel, en la panda este te espera el Museo de
Ciencias Naturales, una sorpresa curiosa entre tanta historia y
espiritualidad. Nada como pasar de los tronos y los milagros… a los fósiles y
las mariposas.
Nos dirigimos hacia el centro histórico de Ávila, y pronto nos vimos inmersos en su latido más auténtico: la Plaza del Mercado Grande. Allí, entre cafés, conversaciones, nos recibió una de las joyas del románico abulense: la IGLESIA DE SAN PEDRO APÓSTOL.
En su fachada destaca un rosetón de inspiración cisterciense, una flor de
piedra que parece filtrar la luz del mediodía con devoción geométrica. Si te
acercas un poco más, descubrirás en sus portadas, arquivoltas, impostas y
capiteles un auténtico museo de escultura al aire libre: un repertorio
iconográfico del románico abulense tan variado que uno puede pasar minutos (o
siglos, si te despistas) contemplando los detalles.
Y justo frente a la iglesia, se nos presenta la gran protagonista, la MURALLA DE ÁVILA, ese símbolo que no necesita presentación. Tan perfecta, tan majestuosa,
que casi podrías pensar que Disney la mandó construir para su próxima película.
Pero no: es obra del siglo XII, aunque hay que considerar que hubo una primera
muralla más antigua y como toda dama de larga vida, ha pasado por varias
remodelaciones, ampliaciones y restauraciones a lo largo de su historia.
Con sus 2.516 metros de perímetro, 87 torreones y 9 puertas monumentales,
abraza el casco antiguo como si quisiera guardar celosamente cada secreto, cada
oración y cada historia que duermen dentro.
Y allí, junto a uno de esos monumentales torreones, nos encontramos con
una presencia tan serena como poderosa: el MONUMENTO A SANTA TERESA DE JESÚS, La escultura, obra del artista Juan Luis
Vassallo, parece dialogar en
silencio con las murallas que vieron nacer a la santa. El conjunto se compone
de la figura majestuosa de Teresa, envuelta en su hábito, con el rostro sereno
y la mirada elevada, como si siguiera escuchando una voz interior. A su
alrededor, un grupo de tres ángeles alude a sus escritos, a esa mezcla de
misticismo y humanidad que hizo de ella una de las grandes figuras de la
literatura y la espiritualidad española. Una inscripción completa la escena,
recordando que sus palabras siguen vivas, tan luminosas como el mármol que las
evoca.
Y así, guiados por la curiosidad y el murmullo de la historia, entramos
al corazón de Ávila por la PUERTA DEL ALCÁZAR, una de las más antiguas,
majestuosas y solemnes de la muralla. Su propio nombre ya evoca poder y nobleza: lo toma del alcázar que se
levantaba justo tras ella, hasta que en 1927 fue demolido para construir el
actual edificio de los Reyes Católicos. La puerta ha sido testigo de siglos de
transformaciones. A finales del siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, fue modificada, como lo recuerda la inscripción y
el escudo real que aún coronan su arco con orgullo.
Cada piedra parece conservar el eco de los pasos reales, de soldados,
peregrinos y mercaderes que la cruzaron rumbo al alma amurallada de la ciudad. Pero
no todo aquí fue solemnidad… también hubo teatro del bueno. Frente a esta puerta
tuvo lugar uno de los episodios más curiosos de la historia castellana: la
célebre “Farsa de Ávila”. Corría el año 1465 cuando un grupo de
nobles, descontentos con el rey Enrique IV de
Castilla, decidió destronarlo
simbólicamente. Para ello, colocaron un muñeco vestido con sus insignias reales
y, uno por uno, lo despojaron de los símbolos del poder —la espada, el cetro,
la corona—, proclamando en su lugar al infante Alfonso.
Hoy, al cruzar bajo su arco, imaginando aquel espectáculo entre la
historia y la leyenda, nos topamos con la estatua que rinde homenaje al que fue
Presidente de Gobierno español y uno de sus hijos adoptivos más ilustres de
Ávila, Adolfo Suárez. Obra realizada por el escultor Emilio
Velilla que muestra la figura en bronce del presidente, manos en la espalda y
gesto serio. A sus pies figura la frase que se encuentra en su sepultura
situada en el claustro de la Catedral: "la concordia fue posible".
A pocos pasos de allí, se alza majestuosa la CATEDRAL DE CRISTO SALVADOR, que forma parte de la Ciudad vieja de Ávila e iglesias extramuros, declarada Patrimonio de la
Humanidad.
En su origen fue concebida como templo y fortaleza, una dualidad que le
da ese carácter tan único. Su ábside, popularmente conocido como el Cimorro,
se integra en la propia muralla, convirtiéndose en uno de sus torreones. Sí,
literalmente: la catedral forma parte del muro defensivo, como si la fe misma
se hubiese aliado con la piedra para proteger Ávila. Cuenta la tradición que fue desde este lugar
donde se presentó el joven Alfonso VII, cuando era niño, a su padrastro, Alfonso el
Batallador rey de Aragón y que
los abulenses no se fiaban de él. El rey, molesto por la desconfianza mostrada,
ordenó ejecutar a sesenta rehenes. Este es el origen de la leyenda de Las Hervencias.
Construida en el siglo XII, la catedral luce un estilo gótico con
influencias francesas, y tiene el honor de ser, junto con la de CUENCA (enlace a
nuestra publicación), una de las primeras iglesias góticas levantadas en España.
Por dentro, la piedra rojiza, conocida como piedra sangrante, tiñe la luz
con matices cálidos creando una atmósfera mágica y ligeramente misteriosa, como
si las paredes guardaran susurros de oraciones antiguas.
Además: la Pila Bautismal, el Coro, el Trascoro, el Retablo
del Altar Mayor, su claustro y el Museo de la Catedral, narran,
en lenguaje de piedra y arte, siglos de historia, fe, poder y belleza.
Al salir de la Catedral, la vista se abre hacia una de las plazas más
encantadoras de la ciudad: la Plaza de la Catedral de Ávila. Este espacio no
solo sorprende por su belleza, sino que es también uno de los grandes puntos de
encuentro tanto para los abulenses como para los viajeros que llegan deseosos
de respirar historia y piedra. Rodeada de palacios nobles y edificios con
carácter, la plaza tiene ese aire solemne que solo las ciudades antiguas saben
conservar. Entre ellos destacan el PALACIO DE VALDERRÁBANOS y el PALACIO DE LOS VELADA, hoy convertidos en lujosos hoteles llenos de encanto, donde uno puede
dormir literalmente entre siglos. Y, por supuesto, no pasan desapercibidos sus
típicos leones de piedra, guardianes tranquilos que parecen vigilar el ir y
venir de la gente, recordándonos que en Ávila hasta las esculturas tienen
paciencia castellana.
Continuamos nuestro paseo por las calles empedradas del casco histórico
de Ávila, ese laberinto de piedra declarado Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO, donde cada esquina parece guardar un secreto y cada fachada cuenta una
historia. A cada paso nos cruzamos con estatuas silenciosas, casas nobles,
palacios con escudos tallados y conventos que parecen esconderse del tiempo. Y
así, Frente a la IGLESIA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA, nos detiene el Monumento a Tomás Luis de Victoria, uno de los grandes nombres del Renacimiento
español. Sacerdote, maestro de capilla y compositor de una música celestial que
todavía parece resonar entre los muros de Ávila, su figura se alza sobria y
serena, rindiendo homenaje a un genio que supo convertir la fe en melodía.
Pocos pasos más adelante, el paisaje se torna aún más señorial: el PALACIO DE LOS DÁVILA, también conocido como Palacio de los Abrantes, se levanta imponente con su aire fortificado, sus muros gruesos, almenas y torreones que parecen sacados de un libro de caballerías. Uno casi puede imaginar el sonido de las espadas chocando, los pactos sellados bajo la luz de las antorchas y el orgullo de los linajes que dieron forma a la historia abulense.
En su fachada aún luce el escudo original de los Dávila, tallado con una
destreza tan impresionante que impone respeto solo con mirarlo. Es un
recordatorio de que, en Ávila, la piedra no solo construye: también narra.
Completa el conjunto una ventana renacentista de 1541, mandada construir
por Pedro Dávila, que se alza como una joya en medio del tiempo. Está enmarcada
por finas columnillas y coronada por un frontón que luce el escudo de armas de
los Dávila, recordando con elegancia el poder y el orgullo de una de las
familias más influyentes de la ciudad. Pero lo que realmente hace especial a
esta ventana no es solo su belleza, sino la historia —y el carácter— que
encierra. Cuentan que en aquellos tiempos las puertas de la muralla se cerraban
cada noche, dejando a la ciudad aislada del mundo hasta el amanecer. Sin
embargo, alguien, con más audacia que permiso, abrió una puerta en la muralla
sin autorización. Cuando el concejo ordenó sellarla, Pedro Dávila, herido en su
orgullo y decidido a dejar clara su posición, respondió con ingenio y desafío:
mandó abrir esta ventana y sobre ella grabó una frase que ha sobrevivido a los
siglos y que parece guiñar un ojo al destino: “Donde una puerta se cierra, otra se abre.” Pedro Dávila, sin
saberlo, dejó para la posteridad una lección de vida que sigue resonando entre
las murallas.
Y, casi sin darnos cuenta, pasamos junto a la casa donde vivió Orson Welles —actor,
director, guionista, productor y locutor de radio—, un genio que transformó el
arte de contar historias. Dicen que España fue uno de sus grandes amores, y que
Ávila fue su preferida, su refugio ideal. Él mismo confesó a un periodista
francés que, si pudiera elegir un lugar para vivir, sería esta ciudad. No solo
la amó: llegó incluso a comprar una casa aquí. En estas calles, entre sombras
medievales y ecos de campanas, Welles rodó parte de su película más ambiciosa,
“Campanas a medianoche” (Falstaff), un canto al poder, la amistad y
el paso del tiempo. Escogió Ávila y Soria como escenarios porque, según él,
eran tierras donde la historia aún se podía tocar con las manos.
En la plaza del Corral de las Ventanas, el tiempo parece haberse
detenido. Allí, el TORREÓN DE
LOS GUZMANES, erguido desde comienzos del siglo XVI, vigila aún la
ciudad desde sus almenas, como un viejo centinela que se niega a abandonar su
puesto. Hoy alberga la Diputación Provincial de Ávila, pero conserva intacta
esa solemnidad de las casas nobles, esa mezcla de poder y piedra que tanto
caracteriza a la ciudad. A su lado se levanta el PALACIO DE
SUPERUNDA, una joya renacentista que guarda entre sus muros una
historia de arte y amor por Ávila. Fue aquí donde el pintor italiano Guido Caprotti, fascinado por la luz dorada que baña las murallas
y los cielos castellanos, decidió quedarse para siempre. En su interior,
destaca un elegante patio cuadrado de dos plantas, con un corredor superior de
madera que parece flotar sobre el aire tranquilo. Las salas conservan parte del
mobiliario y, sobre todo, las obras del artista, testimonio de una pasión que
traspasó fronteras.
Pegado a este último se alza el PALACIO DE LOS
ALMARZA (siglo XVI), hoy morada de la comunidad de las Siervas de
María. Como tantos palacios abulenses, guarda en su interior un patio
porticado, silencioso y sereno, donde el murmullo del pasado parece aún resonar
entre las columnas.
Y llegamos así a la Plaza de la Santa, un rincón que respira
espiritualidad y memoria. En el centro, dominándolo todo, se alza la IGLESIA DE SANTA TERESA DE JESÚS (enlace a nuestra publicación), cuya fachada
barroca, a modo de retablo de piedra, parece un himno en honor a la santa.
El templo se levanta sobre el lugar más sagrado para los abulenses: la
casa natal de Teresa de Cepeda y Ahumada, la niña que, con el tiempo, se convertiría
en Santa Teresa de Jesús, mística, escritora y fundadora de la Orden de los
Carmelitas Descalzos. Así, en el brazo derecho del crucero se abre el acceso a
la Capilla de Santa Teresa, que conserva parte de las antiguas estancias
de la casa paterna, donde la pequeña Teresa soñaba con alcanzar el cielo y
donde empezó, sin saberlo, una de las historias más fascinantes de la
espiritualidad universal.
Desde la Plaza de la Santa, el paseo nos lleva hasta el lienzo sur de la
muralla, donde se abre la PUERTA DE LA SANTA, también conocida como
Puerta de Montenegro. Es una de esas entradas que parecen guardar un secreto en
cada piedra. Su estructura, reformada en distintas épocas, muestra dos torres
cuadradas unidas por un matacán, como si todavía esperaran la llegada de
tiempos de batalla. La muralla aquí es irregular, pues el terreno se levanta
sobre rocas naturales, recordando que Ávila fue moldeada tanto por el hombre
como por la tierra.
A la izquierda, sobre la muralla, asoma la balconada del PALACIO DE D. BLASCO NÚÑEZ VELA, que cuenta con una
puerta y un patio, de estilo renacentista, del siglo XVI. Según la leyenda, esta balconada fue el escenario de una trágica historia
de amor. Cuenta que en el Palacio vivió
Lucinda, una joven noble tan hermosa como piadosa, que ignoraba los halagos de
cuantos pretendían su mano. Sin embargo, su destino cambió cuando comenzó,
desde el balcón, a cruzar miradas con un joven caballero que la observaba desde
la distancia, Enrique Blázquez Dávila, un noble de alta alcurnia. Entre ambos
nació un amor secreto que floreció al amparo del balcón y la muralla. Pero la
dicha fue breve. Enrique fue acusado de conspiración y condenado al destierro
—dicen que por orden del propio padre de Lucinda—. La noche antes de partir,
los enamorados se juraron amor eterno bajo el cielo abulense. Él prometió
amarla hasta la muerte; ella, esperarlo hasta su regreso. Lucinda cumplió su
promesa… tanto, que murió de pena, asomada cada día a su balcón, mirando hacia
el horizonte del Valle de Amblés, por donde partió su amado. Cuando Enrique
regresó, ya era tarde. Al conocer la noticia, la desesperación lo llevó hasta
el convento donde reposaban los restos de Lucinda, y allí intentó abrir su
sepulcro. Pero, según la leyenda, una fuerza misteriosa lo detuvo, sellando sus
manos al mármol. Desde entonces, arrepentido y roto, el caballero pidió ser
admitido como monje en ese mismo convento. Pasó el resto de su vida junto a su
amada muerta, cumpliendo al fin su promesa: amarla hasta la muerte… y más allá.
Continuamos nuestro paseo por las estrechas calles de Ávila, donde las
piedras parecen guardar la memoria, hasta toparnos con otra joya casi oculta: la
Portada del antiguo HOSPITAL DE SANTA ESCOLÁSTICA, en origen un convento cisterciense, erigido por el arcediano de ARÉVALO (enlace a
nuestra publicación) Juan Sánchez y transformado al poco en hospital por
Pedro de Calatayud, deán de Ávila, en la primera década del siglo XVI. Del
conjunto original apenas queda esta portada, el único resto del hundido
edificio, que se levantaba frente a la desaparecida iglesia de Santo Domingo, pero su presencia basta para imaginar la grandeza de aquel lugar. La
portada, de una elegancia serena, luce dos arcos de medio punto flanqueados por
agujas de crestería gótica, y en el pilar central, una delicada imagen de la
Virgen bajo doselete, que aún hoy parece proteger a quienes por aqui pasan. Por
encima, se adivinan follajes esculpidos con gusto renacentista, testigos del
cambio de estilo y de época.
Seguimos cruzando frente al majestuoso PALACIO DE POLENTINOS, una joya del renacimiento abulense construida a comienzos del siglo XVI
por artesanos de la escuela de Vasco de la Zarza, uno de los grandes maestros del arte
castellano. Su portada, rica en detalles y de un trazado exquisito, es
considerada una de las más bellas de la ciudad, con esa mezcla perfecta de
sobriedad y elegancia que caracteriza al renacimiento castellano. En el
interior, un patio adintelado de serena proporción invita a imaginar los ecos
de otra época, cuando el palacio respiraba el aire refinado de las familias
nobles.
Pero este edificio no solo guarda historia antigua: también atesora recuerdos más recientes y entrañables. Durante años fue sede de la Academia de Intendencia del Ejército de Tierra, y quienes pasaron por sus aulas y recintos —como mi hermano José y mi amigo Chicho— conservan grabada en la memoria la huella de aquellos días. Mi hermano, por ejemplo, ha vuelto con sus compañeros de promoción, reencontrándose con aquel lugar que fue testigo de sus primeros años como militar. Hoy, el palacio tiene nueva vida: acoge el Archivo General Militar de Ávila y, desde julio de 2011, también el Museo de Intendencia, donde las vitrinas narran con orgullo la evolución de este cuerpo militar.
Y así, avanzando por las calles empedradas, llegamos al corazón mismo de
Ávila: la PLAZA DEL MERCADO CHICO. Situada justo en el centro de
la ciudad amurallada, esta plaza ha sido durante siglos el verdadero epicentro
de la vida abulense: lugar de encuentro, de comercio, de celebración… y, por
supuesto, de historia. Algunos autores consideran que pudo ser el cruce entre
las calles decumano y cardo de la ciudad romana. La primera plaza de la que se
tienen noticias es de época medieval, posiblemente porticada. El conjunto, de
traza rectangular y elegante armonía, está porticado por tres de sus lados, lo
que le otorga un aire sereno y acogedor. En el lado norte se alza la CASA
CONSISTORIAL, un sólido edificio de estilo isabelino, construido en el
siglo XIX, que domina el espacio con su sobria fachada de piedra. En torno a
ella, se suceden las casas con soportales, donde los cafés y terrazas invitan a
sentarse sin prisa, observar y dejarse envolver por la calma de Ávila. Aquí la
vida discurre despacio, entre el repicar de las campanas de la IGLESIA
DE SAN JUAN BAUTISTA, que todavía conserva la pila bautismal donde fue
bautizada Santa Teresa, y el murmullo de los pasos sobre la piedra. Al
atardecer, cuando el sol empieza a caer sobre los tejados y las sombras se
alargan bajo los soportales, el Mercado Chico se transforma: las luces se
encienden suavemente y la plaza recupera ese aire de antigua postal castellana.
Para despedirnos de la ciudad, subimos hasta el mirador del humilladero de LOS CUATRO POSTES, encaramado sobre una colina que domina Ávila desde las afueras. Allí se alza este monumento religioso formado por cuatro columnas dóricas que abrazan una cruz en el centro, como si quisieran custodiar el espíritu de la ciudad.
Desde este lugar, la vista de la muralla iluminada al caer el sol es
simplemente mágica: las torres parecen encenderse una a una, dibujando un
collar de luz que abraza la piedra dorada. Es, sin duda, la imagen más icónica
de Ávila, esa que queda grabada en la memoria y en el corazón.
Y es que, observándola desde aquí, uno comprende que pocas murallas en el
mundo pueden presumir de un estado de conservación tan impecable. En Europa
solo algunas pueden compararse, como la de Carcassone en Francia; o en
España, la MURALLA
ROMANA DE LUGO (enlace a
nuestra publicación), la de LEÓN —no íntegra— o la de PAMPLONA, más tardía, comparten con ella ese orgullo
de piedra que ha vencido al tiempo.
Cuenta la leyenda que fue aquí mismo, en Los Cuatro Postes, donde Teresa de Jesús, siendo niña, fue alcanzada por su tío cuando huía con su hermano Rodrigo hacia “tierra de moros”, soñando con morir mártires por la fe. Dicen que, al volver, Teresa se sacudió las sandalias y pronunció la célebre frase: “De Ávila, ni el polvo”.
Nos marchamos con la sensación de que esta ciudad no se recorre en un
día: se descubre con calma, paso a paso, dejándose sorprender por sus murallas,
sus palacios y su espiritualidad serena. Y créeme… una vez que la conoces, un
pedacito de tu alma se queda allí, entre sus piedras doradas y su silencio
sagrado.
TODA LA INFORMACIÓN FACILITADA EN ESTA PUBLICACIÓN, HA SIDO RECOGIDA DE LOS
SIGUIENTES ENLACES:
https://es.wikipedia.org/wiki/Muralla_de_%C3%81vila
https://muralladeavila.com/es/
https://www.avilaturismo.com/que-ver/palacio-de-los-davila
https://guiasturisticosavila.com/ruta-del-casco-antiguo/
https://www.viajeroscallejeros.com/avila-en-un-dia/
https://www.traveler.es/articulos/ruta-monumental-por-avila-que-ver
https://www.terranostrum.es/turismo/un-paseo-por-avila-plaza-del-alcazar-hasta-santo-tomas
VISITA OTROS SORPRENDENTES LUGARES DE LA PROVINCIA DE ÁVILA EN EL ENLACE.






















































Conozco la catedral y la iglesia de Santa Teresa, son muy bonitas. Besos.
ResponderEliminarPues si tienes ocasión, visita también el Real Monasterio de Santo Tomás, otra joya que te va a sorprender! Un abrazo Teresa!
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